divendres, 9 de novembre del 2012

Gran article!!!!










La apuesta soberanista de Artur Mas

por Antonio Santamaría

El giro soberanista de Artur Mas cuyo epicentro se localizó el pasado 11 de septiembre en Barcelona ha provocado un seísmo político en Catalunya cuya onda expansiva se ha sentido con fuerza en el resto de España. Mucho se ha especulado sobre las razones de fondo que han conducido a CiU, un partido pactista, conservador y de orden a lanzarse a una aventura secesionista de incierto resultado. Aquí se apuntan algunas claves para comprenderlo.

Hasta la Diada independentista la agenda catalana estuvo dominada por la confluencia de tres factores muy negativos para CiU. En primer lugar, la quiebra de las finanzas de la Generalitat, incapaz de afrontar sus gastos corrientes, le obliga a acogerse al humillante fondo de rescate autonómico del Ministerio de Hacienda, cuyas condiciones restringen el margen de maniobra económico del ejecutivo autonómico.

En segundo lugar, los duros ajustes y recortes de la Generalitat provocaron la movilización de los más diversos colectivos profesionales y sectores populares. La primera reacción frente a este creciente malestar social fue la mano dura, como demostró el conseller Felip Puig en el desalojo de la acampada del 15-M y en las cargas policiales en el centro de Barcelona en la huelga general. Unas protestas que empezaban a calar entre la clase media, base social del movimiento nacionalista, castigada por los efectos de la política económica de la Generalitat y a cuyos cualificados jóvenes les resulta imposible encontrar trabajo. Continuar por este camino suponía correr el peligro de perder el apoyo de amplios sectores de las clases medias y favorecer el rearme ideológico y político de la maltrecha izquierda catalana tras la funesta experiencia del tripartito.

Finalmente, sobre la imagen del partido se cernían las amenazadoras consecuencias de dos casos de corrupción, en un contexto de generalizado descrédito de la clase política. La acumulación de pruebas de su financiación irregular en el caso Millet condujo el insólito embargo judicial de la sede central del partido en Barcelona para responder a sus eventuales responsabilidades en el saqueo del Palau de la Música. En pleno verano, El País, difundió la noticia que Oriol Pujol, hijo del patriarca del catalanismo y flamante secretario general de CDC, estaba siendo investigado por su supuesta implicación en una trama de adjudicación ilegal de licencias de ITV, derivada de las investigaciones llevadas a cabo en Galicia en el caso Campeón, donde está imputado José Blanco, número dos del PSOE de Zapatero y exministro de Fomento.

La transmutación política de los metales

Artur Mas realiza el sueño de los alquimistas medievales al transmutar el sucio plomo de los recortes y la contestación social en el oro puro de un Estado soberano como salida de una crisis a la que nadie vislumbra una salida. Una operación donde se han empleado a fondo los grandes medios de comunicación catalanes, públicos y privados, concitando un apoyo masivo entre las clases medias y articulando su unificación ideológica bajo una consigna simple y clara: la independencia como solución a la crisis.

Si, en los primeros compases del mandato, Mas hubo de entrar en helicóptero en el Parlament, asediado por el 15-M, para tramitar el primer presupuesto de los recortes, ahora ha sido recibido como un héroe de la patria en la plaza Sant Jaume tras su entrevista con Mariano Rajoy en Madrid donde se decidió la suerte del Pacto Fiscal dejando expedito el pasaje hacia la independencia.

La intensa movilización de la intelectualidad y los mass media nacionalistas en estas “jornadas históricas” resulta una prueba adicional de que la cosa va en serio. Como en un guión cinematográfico, apto para todos los públicos, los acontecimientos se sucedieron con un hábil manejo de los tiempos y una cuidada disposición de los escenarios. Así se consiguió activar un registro profundo del imaginario catalanista, reservado para las grandes ocasiones: la unidad del pueblo de Catalunya para exigir sus derechos frente al Estado español: del Memorial de Greuges a la Solidaritat Catalana, de la Assemblea de Catalunya a la manifestación de la Diada. Aquí radica otro de los atractivos de la oferta de Mas: el método democrático y pacífico propuesto para alcanzar sus objetivos.

Tras el fiasco del Esta tut y el rechazo del Pacto Fiscal, el último tren para lograr el “encaje” con España, el president de la Generalitat escucha el clamor de su pueblo en la Diada y se pone al frente del movimiento para liderar, sin prisas pero sin pausas, la “transición nacional”. La nación catalana demostrará al resto de España y a toda Europa, con tanta serenidad como firmeza, su irrenunciable voluntad de ejercer el derecho democrático a decidir sobre su destino. Un derecho ejercido en dos ocasiones en Quebec, que está siendo negociado en Escocia y que no puede negarse a Catalunya.

De la determinación cívica, de un pueblo unido en torno a sus instituciones y liderado por un presidente que sabe lo que hace, resultará una fuerza imparable que no podrá detener ni la rígida Constitución española ni las intrincadas normativas europeas.

Dos errores de interpretación

Cometeríamos un primer error si circunscribiésemos el giro soberanista a una hábil maniobra partidista de CiU con el objetivo cortoplacista de asegurarse una cómoda mayoría parlamentaria.

Pero, como apunta José Luis Álvarez, incluso en este supuesto, el elevado monto de la apuesta (la secesión), indicaría la gravedad de la situación donde la facción hegemónica de la burguesía catalana decide jugar su última carta para legitimarse ante unas clases medias exasperadas por la dureza de la crisis.

El giro soberanista de Mas responde a un movimiento de fondo, al pasaje de la identidad hacia la independencia, anunciado hace años por Xavier Rubert de Ventós, un intelectual próximo a Pasqual Maragall. Una larga marcha hacia la soberanía que Convergència inició en su X Congreso o de la renovación generacional (1996), donde ascendieron a la cúpula del partido sus actuales dirigentes bajo la bandera del soberanismo y del neoliberalismo. Un periplo que culminó en el XIV Congreso de Reus (marzo, 2012) que aprobó la reclamación del “Estado propio” y entronizó a Oriol Pujol, símbolo viviente de la continuidad del tránsito de la fase autonomista a la soberanista.

El nacionalismo catalán parece comportarse siguiendo el esquema del historiador checo Miroslav Hroch sobre la evolución de los movimientos nacionalistas en las naciones sin Estado del este y sur de Europa. Tras una primera fase, de renacimiento cultural y sin significación política, donde se rescatan el folklore, las tradiciones, la cultura y lenguas vernáculas, se pasa a una fase autonomista donde la diferencia cultural fundamenta la reivindicación de autonomía política dentro del Estado de referencia; en la tercera y última fase se exige la plena soberanía mediante el ejercicio del derecho a la autodeterminación.

Durante el primer largo ciclo de hegemonía convergente se construyeron los instrumentos culturales, institucionales y políticos del autogobierno en el marco del Estado de las Autonomías. Jordi Pujol basó su permanente reivindicación de mayores cuotas de autogobierno en las diferencias

identitarias (fet diferencial), apurando las posibilidades, sin romper el marco constitucional y estatutario, pero manteniendo constantemente la tensión ideológica, política e institucional.

Artur Mas no pretende apurar o reformar el marco jurídico-político vigente, sino crear uno nuevo. Su soberanismo económico, postidentitario, se articula en torno al discurso del “expolio fiscal” del

Estado español que impide a Catalunya desarrollar sus potencialidades productivas, impide brillar con luz propia como una de las regiones más dinámicas de Europa y dificulta la salida de la crisis. Una doctrina, reproducida amplificadamente por los medios de comunicación nacionalistas con argumentos semejantes a los de la Liga Norte italiana y convertida en dogma de fe para amplios sectores de las clases medias. Una argumentación que encaja perfectamente en el relato victimista de la historia donde Catalunya aparece como la laboriosa mujer maltratada por un brutal macho hispánico que, encima, vive a su costa, por emplear la metáfora de X. R. de Ventós.

Sin embargo, el agravio económico no basta para explicar la fuerza del sentimiento independentista entre las clases medias. A fin y al cabo, Euskadi dispone de un Concierto Económico, como el reclamado por CiU y no por ello ha disminuido el apoyo a las opciones nacionalistas/ independentistas. El discurso del Madrid ens roba está más bien orientado hacia aquellas capas de las clases medias despolitizadas y no iniciadas en el movimiento nacionalista, como banderín de enganche ideológico para la movilización política.

Cometeríamos otro error si creyésemos, como parece sostener José Álvarez Junco, que el objetivo de Mas es construir un Estado-nación clásico, con todos sus tradicionales atributos de soberanía absoluta. La propuesta de CiU se orienta hacia crear unas indefinidas “estructuras estatales”, en el marco de las geometrías variables de la Unión Europea, que no implicaría necesariamente romper todos los vínculos con España y donde el Rey podría ostentar el rango de jefe de Estado como la

reina de Inglaterra respecto a Canadá o Australia, eludiendo los peligros de una secesión traumática,

a la yugoeslava.

Un proyecto a largo plazo que podría inaugurar un segundo ciclo de hegemonía convergente y suscitar complicidades entre los círculos de poder neoliberales en Alemania, en la medida que debilita

las densas estructuras políticas e institucionales del Estado-nación.

La desorientación de la izquierda

El giro soberanista conlleva la ventaja política adicional de desatar las contradicciones internas en el PSC, cuando los socialistas catalanes aún no se han recuperado de los efectos devastadores del fiasco de la reforma estatutaria y del fracaso de los dos tripartitos de izquierda en cuyo altar fueron sacrificados Maragall y Montilla, encarnaciones de las dos almas del partido.

Los inesperados comicios colocan a los socialistas catalanes frente a todas sus contradicciones políticas e ideológicas y desmontan el calendario de las primarias del PSC a la presidencia de la Generalitat en un momento de máxima tensión entre las dos almas del partido, como se vio en la manifestación independentista de la Diada, donde acudió la plana mayor catalanista.

Una situación que volvió a reproducirse en la votación sobre el referéndum de autodeterminación, en la que Ernest Maragall rompió por segunda vez, la primera fue con el Pacto Fiscal, la disciplina de voto a favor de CiU y declaró a La Vanguardia que estaba dispuesto a liderar un nuevo partido socialista y catalanista.

Pere Navarro, alcalde de Terrassa, fue elegido primer secretario en el 12º Congreso del PSC (diciembre de 2011) como un hombre de transición, mientras el grupo dirigente del Baix Llobregat, de donde proceden Montilla, Corbacho o Chacón, se rehacía política e ideológicamente de la debacle del tripartito. La oposición a la política de recortes antisociales de Mas parecía conceder un margen para ello. El giro soberanista no les ha dejado otra opción que designar a Navarro, que carece de las cualidades del liderazgo, para enfrentarse a un Mas agigantado. Pero esto, con ser grave, no es lo peor. Los problemas de liderazgo expresan la profunda desorientación estratégica del PSC después

del fracaso de la reforma estatutaria y cuando Convergència ha puesto las cartas boca arriba y la ciudadanía espera que todos los partidos se definan con claridad en este tema. Quizás el único aspecto positivo del nuevo escenario político.

La desorientación estratégica del PSC responde al fracaso de la reforma federalizante del Estado impulsada por Maragall que había de arrancar con el nuevo Estatut y culminaría con la reforma constitucional del Senado, anunciada por Zapatero en su primer discurso de investidura (2004), quien se comprometió en la campaña electoral a aprobar el Estatut que saliese del Parlament de Catalunya.

Aquí todos lo hicieron mal. Como reacción a las pulsiones centralistas de Aznar, exasperados por el Plan Ibarretxe, tanto el Pacto del Tinell, base política del tripartito de izquierdas, como la comparecencia de Mas ante el notario, excluían al PP de las reformas. Ello alimentó su radical oposición, pero no justificó el uso irresponsable del Estatut como arma de desgaste contra Zapatero. Por su parte CiU, sin cuyos votos era imposible sacar adelante el Estatut en la cámara catalana, exigió y obtuvo de Maragall un texto de máximos que en muchos aspectos chocaba con la Constitución. El embrollo lo resolvieron en el 2006 Zapatero y Mas en una inolvidable noche en La Moncloa, donde fue sacrificado Maragall, progenitor de la reforma estatutaria. El texto, tras pasar

por el cepillado de Alfonso Guerra, fue aprobado por el Congreso y Senado y refrendado por el

pueblo catalán.

El mandato de Montilla, el primer presidente charnego de la Generalitat, estuvo determinado

por la espada de Damocles del recurso del PP ante el Tribunal Constitucional. Ciertamente, al

PP le asistía el derecho democrático de recurrir a la justicia, pero es innegable que la sentencia marcó el punto de inflexión del giro independentista del movimiento nacionalista como se puso de relieve en la manifestación con vocada por Òmnium Cultural el 10 de julio de 2010 de rechazo a la sentencia, que el president Montilla hubo de abandonar ante diversos conatos de agresión.

La principal lección del fracaso de la experiencia de Maragall y Zapatero estriba en que para

cambiar la estructura de organización política y territorial del Estado, primero es preciso reformar

la Constitución. Esta fue la lógica petición de Navarro a la dirección del PSOE para responder al reto soberanista de Mas que, en principio, fue aceptada por Rubalcalba, pero que provocó la inmediata matización de la número dos del partido Elena Valenciano, rebajando el contenido de la propuesta, sin duda aterrorizada ante una versión corregida y aumentada de la pesadilla estatutaria.

La lógica autodeterminista de Mas sitúa a la izquierda catalana ante a unos de sus más queridos principios doctrinales y reactiva el catalanismo transversal forjado en los años de la lucha antifranquista y la Assemblea de Catalunya. El PSC acabó aceptando un referéndum, siempre que se realizase dentro de la legalidad, algo manifiestamente imposible sin la previa reforma de artículos fundamentales de la Constitución. ICV-EUiA se ha mostrado incapaz, más allá de la defensa abstracta de este principio, de definir cuál sería su posición si la consulta se celebrase.

Una indefinición que expresa las tensiones ideológicas entre los sectores federalistas, vinculados a las clases trabajadoras de los barrios y los independentistas provenientes de las clases medias progresistas que componen la coalición.

Perspectivas preelectorales

Las elecciones del 25 de noviembre se plantean en clave plebiscitaria, centradas monotemáticamente sobre la cuestión de la independencia. Es decir, el terreno de juego de Mas, quien no se cansa de reclamar “superpoderes” para pilotar la transición nacional. Un escenario con

todas las opciones para que CiU obtenga una clara victoria en las urnas, aglutinando en torno a sus

siglas a gran parte del hipermovilizado movimiento nacionalista frente a la atomización social,

desmovilización política y desorientación ideológica de la ciudadanía no nacionalista.

Resulta imposible analizar los resultados de las elecciones al Parlament de Catalunya sin tener en cuenta el fenómeno de la abstención dual y selectiva de los distritos obreros del Área Metropolitana de Barcelona que votan socialista o comunista en las generales, pero se abstienen masivamente en las autonómicas. Un dato fijo del comportamiento electoral de los catalanes que da razón de las victorias de Pujol y Mas y que sido objeto de diversas interpretaciones. Una de las más notables fue la de Manuel Vázquez Montalbán, que la calificó de “abstencionismo de asentimiento”, es decir, los trabajadores castellanohablantes de los barrios no podían votar nacionalismo burgués, ni por razones identitarias ni políticas, pero con su abstención impedían que neocentralistas como González o Aznar

rompiesen los delicados equilibrios de la sociedad catalana. De este modo, la abstención obrera no debía interpretarse como una muestra de desinterés por los asuntos catalanes, ni un voto de castigo al discurso y el perfil de los candidatos excesivamente catalanistas de los partidos de izquierda, sino una prueba de profunda sabiduría política.

En continuidad con esta línea se inscriben las tesis de los hermanos Miquel y Toni Strubell sobre el “independentismo de asentimiento”: si los abstencionistas en las autonómicas lo hiciesen en un referéndum de autodeterminación, ganaría la independencia. Sin embargo, estos cálculos

no tienen en cuenta la probable polarización del electorado en torno a una cuestión que levanta pasiones y que favorecería un incremento de la participación en los distritos obreros. Justamente esta variable, la abstención en los barrios, será uno de los datos más interesantes del 25-N. Un incremento de la participación que, si prende la lógica frentista, podría favorecer al PP, Ciutadans e

incluso a la xenófoba Plataforma per Catalunya, que hace un par de años se quedó, por unas décimas, sin representación parlamentaria.

De momento, el PP no ha respondido al reto soberanista con una política ofensiva españolista y procura no exacerbar el conflicto con declaraciones provocadoras que alimentarían al bloque independentista. No obstante, no puede descartarse que lo haga en función de la evolución de la estrategia de Mas y aproveche la situación para envolverse con la bandera española y presentarse como el único garante de la unidad nacional, lo cual podría servir para compensar la profunda

erosión que está generando su política económica.

En el otro extremo de la jerarquía social, sectores de la alta burguesía catalana, representados políticamente por PP y UDC desconfían profundamente de la aventura soberanista. Así lo expresaron con diferentes matices la patronal Foment del Treball Nacional y representantes de grupos financieros y empresariales, de La Caixa al grupo Planeta, con fuertes intereses en el mercado español.

Aquí radica otra de las limitaciones del proyecto soberanista que se apoya casi exclusivamente en las clases medias, pero sin apenas complicidades entre la alta burguesía y la clase trabajadora, lo cual supone un serio obstáculo, aunque no infranqueable, para la viabilidad de este proyecto de nación.

Mientras Artur Mas entonaba en el interior del Parlament de Catalunya el “Adiós a España” y con el presidente Rajoy ausente representando al tambaleante Estado español en la asamblea general de

la ONU en Nueva York, miles de manifestantes se concentraban ante el Congreso de los Diputados en Madrid exigiendo la disolución de las cámaras legislativas y la apertura de un proceso constituyente,

por lo que fueron objeto de una desproporcionada represión.

Unas escenas que expresan la confluencia de la triple crisis económica, política y territorial que está tensionando al máximo no sólo las cuadernas del régimen de la Segunda Restauración borbónica, sino a las mismas estructuras del Estado 􀀀



El Viejo Topo

noviembre 2012